miércoles, 17 de octubre de 2007

Cromosoma Z por Miguel Ildefonso

En las primeras líneas del Manifiesto S.C.U.M. (1967), Valerie Solanas decía: “Es ahora técnicamente posible reproducirse sin la ayuda de los hombres (o, en todo caso, mujeres) y producir solamente mujeres. Debemos empezar inmediatamente. Retener a los hombres no tiene ni siquiera el dudoso propósito de la reproducción. El macho es un accidente biológico: el gen Y (masculino) es un gen X (femenino) incompleto, es decir, tiene una serie incompleta de cromosomas. En otras palabras, el hombre es una mujer inacabada, un aborto andante en estado de gen. Ser macho es ser deficiente, emocionalmente limitado; la masculinidad es un error orgánico y los hombres son lisiados emocionales.”

Cromosoma Z de Jennifer Thorndike (Lima, 1983), no es un alegato a favor del feminismo, como el manifiesto de Solanas, tampoco pretende abanderar alguna causa del algún otro “ismo”, es el título que agrupa diez relatos urbanos, tan actuales y cercanos que pareciera que podríamos tocar a sus personajes. Y es, quizás, esto lo que principalmente busca este primer libro de Jennifer, impulsarnos - sacudirnos primero - hacia la conquista de existir plenamente entre el deseo y el cuerpo. La exploración constante en el doble sentido, el apetito descarnado de aventura en el peligro para vencer el pudor, son sus desplazamientos. Es por eso que los personajes vuelven de sus batallas carnales con la satisfacción de no haber agotado el anhelo de emprender una próxima salida en esta ciudad canibalescamente sexual que es Lima. Para ello, la inocencia es una buena táctica, el candor, su mejor arma.

¿Pero qué hay en el fondo de estos lances? ¿Qué se ama cuando se ama, como diría el poeta Gonzalo Rojas? En la contratapa Rocío Silva Santisteban nos dice que estas historias se dan en “un mundo donde las máquinas y las comunicaciones a distancia no llenan el vacío existencial”. En uno de los relatos, Minutos-años de algo parecido a ser feliz, título que denota por oposición a este “vacío existencial”, la protagonista hacia el final dice: “te vi entre la multitud y me buscaste en el camerino y me dejaste acariciarte detrás de las orejas y te me fuiste en esa cama en donde habías prometido mil veces no dejarme porque dejarme nunca fue una opción, pero al final de estos diez años-minutos lo hiciste, carajo, Miss Ana Maura de mi ahora muerte…”

Pero no todo es drama, ni obsesión por lo prohibido, ni evasiones para sobrellevar el dolor. Hay en Cromosoma Z, muchos momentos de humor e ironía como en Seis horas. Las amantes que se habían conocido por Internet llegan a verse en persona, una es de México: “…Marisa, hay muchísima gente en el aeropuerto, la verdad no sabía cómo hacer para que me reconocieras, iba a traer un letrero… Qué roche, carajo… ¿Qué?... Roche es vergüenza… Ella asintió y me agarró la mano, mis mejillas enrojecieron. Alessia besó la palma de la mano que sujetaba y arrugó la nariz. Continuó la conversación… ¿Entonces arrocharse es avergonzarse y arrecharse es estar excitada? ¿Así se dice en Perú?... Sí, Ju, estás aprendiendo… Bueno, no te arreches, entonces, Marisa… ¿Ah?... Digo, ¡no te arroches!...”

Con un lenguaje directo y ágil, poniendo énfasis en lo coloquial, las historias de Cromosoma Z transitan en un mundo principalmente juvenil, en donde lo ambiguo ha dejado de ser censurado. El pragmatismo del mundo moderno (o posmoderno) por su velocidad permite aquel intercambio de roles que vemos negociados en estos encuentros que se resisten por mantener la inocencia. El cazador a veces también juega a ser la presa. O la presa, sin querer, puede convertirse también en cazador. Y eso es lo más delicioso de habitar el deseo por el simple placer de habitarlo: el de despragmatizarlo. El cuerpo, entonces, no solo es cuestión de cromosomas, o quizás sí, como decía Solanas líneas arriba. Pero sea como sea, más allá de la razón, la ciencia y el abecedario, siempre perdurará el querer celebrarlo con todas las palabras de amor y de éxtasis. Cosa que Jennifer Thorndike ha logrado con este su opera prima.

Miguel Ildefonso