Escombros
(Columna #7 publicada en el 2008 en el extinto portal de Ekovoces Noticias)
Nadie podía creerlo. Recuerdo que ese día desperté temprano para ir al instituto. Mi papá me detuvo antes de que yo saliera y señaló el televisor. Las Torres Gemelas se están cayendo, me dijo mientras observaba atónito la pantalla. Pensé que se trataba de una broma o de uno de esos videos trucados por algún aficionado a los efectos especiales. Pero era real. Ese once de septiembre las Torres Gemelas se vinieron abajo junto con la seguridad que puede dar dos figuras que no sólo parecen indestructibles, sino incluso inmutables y eternas.
Recuerdo esto porque hace unos días estuve viendo un documental sobre el atentado, en el que se explicaba que las Torres Gemelas fueron construidas de tal manera que podían soportar el impacto de un avión. Sin embargo, las Torres no resistieron el ataque y cayeron una tras otra. No quedó nada más que los escombros (acero, drywall, madera) y los cuerpos de personas que no lograron escapar.
No lograr escapar de un edificio que se ha venido abajo debe ser terrible. No sólo porque se es consciente de que se puede morir en cualquier momento, sino por la angustia de permanecer por un tiempo indefinido bajo los escombros. Víctimas atrapadas gritando y pidiendo ayuda entre los restos de un edificio destruido por una acción que causa daños a terceros. Asocio esto con el divorcio de mis padres, al que veo como un recuerdo de destrucción cuya afectada principal yace entre los escombros de inseguridades, sentimientos inacabados y obsesiones de uno de los protagonistas que se proyectan (a falta del otro protagonista) sobre un tercero. Y ese tercero, fui yo.
La historia es simple: el padre deja la casa debido a constantes peleas. La hija apoya esta decisión porque cree que es lo mejor para la tranquilidad familiar; sin embargo, la madre se obsesiona con la hija como consecuencia del temor a la soledad. Esta obsesión se refleja en constantes interrogatorios (con la excusa de “saber que estás bien” o “tengo miedo de que te pase algo”) o amenazas (“si te vas, me muero”, “si me pasa algo, será tu culpa”), entre otras manifestaciones de ese victimismo tan femenino y latinoamericano que no solo asusta a la hija, sino que la llena de un sentimiento de culpa inculcado desde la niñez. ¿Les suena familiar? Quizá también les suene familiar el hartazgo, la liberación de la constante manipulación, la falta de cariño justificada, la sensación de que la relación se ha roto y de que el daño es irreparable.
Luego de haber visto ese documental pienso que la fragilidad de la familia y de estas personas que llamamos padres es similar a la fragilidad de las Torres que cayeron hace seis años. Impactadas por aviones, se vienen abajo una tras otra. Escombros, victimismo, afectados que son inocentes, gritos pidiendo ayuda, peleas constantes, bomberos intentando encontrar sobrevivientes, manipulación, miedo, angustia, hartazgo, tierra, restos, polvo. La fragilidad con la que se destruye el mundo (nuestro mundo) y la facilidad con la que todo cambia, incluso lo que parece ser más seguro e inmutable, deja atrapados a muchos que quizá nunca podamos ser rescatados.
Hello, Goodbye
(Columna #7 publicada en el 2008 en el extinto portal de Ekovoces Noticias)
Nadie podía creerlo. Recuerdo que ese día desperté temprano para ir al instituto. Mi papá me detuvo antes de que yo saliera y señaló el televisor. Las Torres Gemelas se están cayendo, me dijo mientras observaba atónito la pantalla. Pensé que se trataba de una broma o de uno de esos videos trucados por algún aficionado a los efectos especiales. Pero era real. Ese once de septiembre las Torres Gemelas se vinieron abajo junto con la seguridad que puede dar dos figuras que no sólo parecen indestructibles, sino incluso inmutables y eternas.
Recuerdo esto porque hace unos días estuve viendo un documental sobre el atentado, en el que se explicaba que las Torres Gemelas fueron construidas de tal manera que podían soportar el impacto de un avión. Sin embargo, las Torres no resistieron el ataque y cayeron una tras otra. No quedó nada más que los escombros (acero, drywall, madera) y los cuerpos de personas que no lograron escapar.
No lograr escapar de un edificio que se ha venido abajo debe ser terrible. No sólo porque se es consciente de que se puede morir en cualquier momento, sino por la angustia de permanecer por un tiempo indefinido bajo los escombros. Víctimas atrapadas gritando y pidiendo ayuda entre los restos de un edificio destruido por una acción que causa daños a terceros. Asocio esto con el divorcio de mis padres, al que veo como un recuerdo de destrucción cuya afectada principal yace entre los escombros de inseguridades, sentimientos inacabados y obsesiones de uno de los protagonistas que se proyectan (a falta del otro protagonista) sobre un tercero. Y ese tercero, fui yo.
La historia es simple: el padre deja la casa debido a constantes peleas. La hija apoya esta decisión porque cree que es lo mejor para la tranquilidad familiar; sin embargo, la madre se obsesiona con la hija como consecuencia del temor a la soledad. Esta obsesión se refleja en constantes interrogatorios (con la excusa de “saber que estás bien” o “tengo miedo de que te pase algo”) o amenazas (“si te vas, me muero”, “si me pasa algo, será tu culpa”), entre otras manifestaciones de ese victimismo tan femenino y latinoamericano que no solo asusta a la hija, sino que la llena de un sentimiento de culpa inculcado desde la niñez. ¿Les suena familiar? Quizá también les suene familiar el hartazgo, la liberación de la constante manipulación, la falta de cariño justificada, la sensación de que la relación se ha roto y de que el daño es irreparable.
Luego de haber visto ese documental pienso que la fragilidad de la familia y de estas personas que llamamos padres es similar a la fragilidad de las Torres que cayeron hace seis años. Impactadas por aviones, se vienen abajo una tras otra. Escombros, victimismo, afectados que son inocentes, gritos pidiendo ayuda, peleas constantes, bomberos intentando encontrar sobrevivientes, manipulación, miedo, angustia, hartazgo, tierra, restos, polvo. La fragilidad con la que se destruye el mundo (nuestro mundo) y la facilidad con la que todo cambia, incluso lo que parece ser más seguro e inmutable, deja atrapados a muchos que quizá nunca podamos ser rescatados.
Hello, Goodbye