Marcha sin asfalto
(Columna #5 publicada en el 2008 en el extinto portal de Ekovoces Noticias)
¡Quiero esa sombrilla que tiene los colores del arco iris!, grita una de sus amigas mientras los carros alegóricos se estacionan en la Plaza Francia. La marcha termina, pero la fiesta recién comienza. Muchos se organizan para continuarla en otros lugares, alguien sugiere ir al pub de moda. Camino al lugar, ella piensa en los pocos logros de aquella comunidad y en el poco sentido que tiene celebrar con una marcha en la que se camina por un terreno todavía arenoso.
El año pasado participé por primera vez en la Marcha del Orgullo Gay. Días antes me invitaron a la principal ONG que defiende los derechos de homosexuales, bisexuales y transexuales. Vi videos de las marchas anteriores y comprobé que abundaba lo pintoresco y faltaba lo ideológico. A pesar de todo, decidí ir. Me encontraría con un grupo de amigas en el Campo de Marte para unirnos a la marcha. Una invitación de última hora me permitió participar en el evento montada en un carro alegórico.
Varias personas criticaron mi decisión. Dijeron que era tonto celebrar un día del “orgullo gay” porque no tenía sentido estar orgulloso de la orientación sexual, sea cual fuera. Luego continuaron diciendo que no tenía sentido participar en una marcha a la que solo asistían los personajes “escandalosos” de la comunidad (entiéndase, drag queens). Levanté una ceja y respondí que los drag queens estaban como una parte representativa y lúdica de la cultura gay, pero que no eran los únicos y que se necesitaba la presencia de personas que no practicaban la transformación para desterrar el estereotipo de que eso es lo único visible de la comunidad. Finalmente, me dijeron que la marcha no tenía ningún sentido, que no tenía ningún propósito. Dije que cada participante le otorgaba a la marcha su propio sentido. En mi caso, creía que era necesaria la visibilización, que en una sociedad como la limeña se tenía que demostrar que la comunidad existe y que eso traería como consecuencia la aceptación paulatina de orientaciones sexuales diferentes a la heteronormativa. Ahora pienso que estaba equivocada.
Como ya he mencionado, “marché” en un carro alegórico. Desde ahí escuché el apoyo de curiosos que acompañaron el recorrido ondeando banderitas multicolor como si de verdad fueran parte de la marcha. También escuché los insultos de gente irrespetuosa, retrógrada e ignorante. Vi tantos drag queens como personas que no practican el transformismo. Escuché a varios colectivos que gritaban arengas y portaban pancartas con lemas en los que se marcaba una ideología. Vi personas enmascaradas, hecho que respeto, pero no comparto (no le encuentro sentido a visibilizarse en una marcha sin hacer visible tu identidad). Finalmente, cuando todo terminó, sentí que la marcha es una celebración que carece de la fuerza necesaria para marcar un hito dentro de la historia de la comunidad.
Eso es lo que ahora me motiva a reflexionar sobre el verdadero sentido de la marcha. En países en los que se avanzado mucho más en cuanto a derechos LGTB, la marcha puede y debe ser una celebración, pero acá no puede quedarse solamente en eso. Siempre he sentido que la comunidad LGTB peruana no tiene fuerza, que el miedo y las segregaciones dentro de los mismos grupos no abren el camino para llegar a objetivos concretos, sino que los diluyen en el tiempo sin lograr absolutamente nada. Lo mismo sucede con la marcha. Se realiza hace varios años, pero ¿se ha logrado algo con ella? ¿Sirve tomar las calles y marchar por objetivos intangibles, por leyes que tardan eternamente en ser aprobadas porque sólo un sector mínimo de la comunidad se la juega en el terreno de lo legal, visible y lo que es verdaderamente arriesgado? No aliento a la violencia, sino a la acción, pero a la acción que muestre un resultado. Que seamos nosotros los que podamos ver justicia para la gente despedida de sus trabajos o maltratada de cualquier forma debido a su orientación sexual. O que las parejas compuestas por personas del mismo sexo puedan acceder a los mismos derechos (y deberes) que tienen las parejas heterosexuales que están casadas.
En Perú no hay nada que celebrar. La Marcha del Orgullo grita sin voz, protesta con pancartas que luego irán al tacho de basura y transita por un sendero que ni siquiera está asfaltado.
Hello Goodbye
(Columna #5 publicada en el 2008 en el extinto portal de Ekovoces Noticias)
¡Quiero esa sombrilla que tiene los colores del arco iris!, grita una de sus amigas mientras los carros alegóricos se estacionan en la Plaza Francia. La marcha termina, pero la fiesta recién comienza. Muchos se organizan para continuarla en otros lugares, alguien sugiere ir al pub de moda. Camino al lugar, ella piensa en los pocos logros de aquella comunidad y en el poco sentido que tiene celebrar con una marcha en la que se camina por un terreno todavía arenoso.
El año pasado participé por primera vez en la Marcha del Orgullo Gay. Días antes me invitaron a la principal ONG que defiende los derechos de homosexuales, bisexuales y transexuales. Vi videos de las marchas anteriores y comprobé que abundaba lo pintoresco y faltaba lo ideológico. A pesar de todo, decidí ir. Me encontraría con un grupo de amigas en el Campo de Marte para unirnos a la marcha. Una invitación de última hora me permitió participar en el evento montada en un carro alegórico.
Varias personas criticaron mi decisión. Dijeron que era tonto celebrar un día del “orgullo gay” porque no tenía sentido estar orgulloso de la orientación sexual, sea cual fuera. Luego continuaron diciendo que no tenía sentido participar en una marcha a la que solo asistían los personajes “escandalosos” de la comunidad (entiéndase, drag queens). Levanté una ceja y respondí que los drag queens estaban como una parte representativa y lúdica de la cultura gay, pero que no eran los únicos y que se necesitaba la presencia de personas que no practicaban la transformación para desterrar el estereotipo de que eso es lo único visible de la comunidad. Finalmente, me dijeron que la marcha no tenía ningún sentido, que no tenía ningún propósito. Dije que cada participante le otorgaba a la marcha su propio sentido. En mi caso, creía que era necesaria la visibilización, que en una sociedad como la limeña se tenía que demostrar que la comunidad existe y que eso traería como consecuencia la aceptación paulatina de orientaciones sexuales diferentes a la heteronormativa. Ahora pienso que estaba equivocada.
Como ya he mencionado, “marché” en un carro alegórico. Desde ahí escuché el apoyo de curiosos que acompañaron el recorrido ondeando banderitas multicolor como si de verdad fueran parte de la marcha. También escuché los insultos de gente irrespetuosa, retrógrada e ignorante. Vi tantos drag queens como personas que no practican el transformismo. Escuché a varios colectivos que gritaban arengas y portaban pancartas con lemas en los que se marcaba una ideología. Vi personas enmascaradas, hecho que respeto, pero no comparto (no le encuentro sentido a visibilizarse en una marcha sin hacer visible tu identidad). Finalmente, cuando todo terminó, sentí que la marcha es una celebración que carece de la fuerza necesaria para marcar un hito dentro de la historia de la comunidad.
Eso es lo que ahora me motiva a reflexionar sobre el verdadero sentido de la marcha. En países en los que se avanzado mucho más en cuanto a derechos LGTB, la marcha puede y debe ser una celebración, pero acá no puede quedarse solamente en eso. Siempre he sentido que la comunidad LGTB peruana no tiene fuerza, que el miedo y las segregaciones dentro de los mismos grupos no abren el camino para llegar a objetivos concretos, sino que los diluyen en el tiempo sin lograr absolutamente nada. Lo mismo sucede con la marcha. Se realiza hace varios años, pero ¿se ha logrado algo con ella? ¿Sirve tomar las calles y marchar por objetivos intangibles, por leyes que tardan eternamente en ser aprobadas porque sólo un sector mínimo de la comunidad se la juega en el terreno de lo legal, visible y lo que es verdaderamente arriesgado? No aliento a la violencia, sino a la acción, pero a la acción que muestre un resultado. Que seamos nosotros los que podamos ver justicia para la gente despedida de sus trabajos o maltratada de cualquier forma debido a su orientación sexual. O que las parejas compuestas por personas del mismo sexo puedan acceder a los mismos derechos (y deberes) que tienen las parejas heterosexuales que están casadas.
En Perú no hay nada que celebrar. La Marcha del Orgullo grita sin voz, protesta con pancartas que luego irán al tacho de basura y transita por un sendero que ni siquiera está asfaltado.
Hello Goodbye